Un poeta construye su casa sobre arena, como el hombre necio de la parábola. El poeta edifica su obra sobre lo que se hunde, sobre lo que escapa, sobre los restos de cadáveres insepultos y sobre su propia osamenta fracturada. Contrario a lo que sugiere el discurso evangélico acerca del reino de Dios, de construir la vida sobre la roca, en el reino del poeta se contruye, la más de las veces, sobre lábiles cimientos. Y en esta necedad aparente radica todo el poder de su sabiduría: si el edificio es bello, lo es por su capacidad de mantenerse en pie sobre la humilde materia que lo sostiene, contra todo viento de moda, escuela o ideología. La poesía que acabo de organizar y editar para la Editorial de la Universidad de Puerto Rico, es de esas a las que una regresa como a una casa para detenerse en alguno de sus rincones a meditar, a pensar, a recordar, a encontrarse con algo de nosotros que dejamos perdido en una de sus habitaciones y deseamos recuperar, o simplemente, para dejarse impresionar por su bien armada arquitectura, ¡su palabra!, incólume entre ruinas.
Lo que quise escribir, como editora, sobre esta obra (o más bien sobre un aspecto de la vida y hechuras del poeta en Puerto Rico), está en el libro en forma de ensayo introductorio. Aquí escribe la poeta, pero, antes, la admiradora de la belleza, de la verdad, de la poesía. Hay una reverberación, una suerte de encantamiento sonoro y conceptual en muchos de los poemas de Jesús Tomé, que nos lleva lejos. Esta reverberación, como los círculos concéntricos producidos por una piedrecita lanzada al agua, aunque nos lleva hacia no sé qué lugares del pensamiento y del afecto, conserva su centro fijo, su axis del que todo parte y hacia el que todo vuelve. Ese centro, que es el poeta mismo, pasaría inadvertido, de no ser porque las ondas expansivas que son sus poemas llevan todas la impronta de su autor de un modo particularmente expresivo. Hay algo de atrevimiento, por parte del poeta, en hacernos recurrir hacia ese centro que es él mismo, hacia sus dudas, sus pesadillas, sus obsesiones, hacia su extraña "vocación de universo". Se nos antoja que arriesgó mucho al insistir en construir su obra sobre los frágiles cimientos de su experiencia. Pero, como es poeta, la casa que contruyó sobre la arena sigue y seguirá en pie, cual construida sobre milenaria roca.
Rosa Vanessa Otero