25/10/10

Compostela y una editorial

Doña Margot Arce de Vázquez, Francisco Vázquez Díaz "Compostela" y Carmen Vázquez Arce, en los ochenta
Él, Francisco Vázquez Díaz, "Compostela" (1898-1988), con todas sus heridas y carencias, se sobrepuso como pudo a los traumas que le causó la Guerra Civil española, y aunque no escogió del todo libremente permanecer en Puerto Rico, aquí fundó familia con una de nuestras mujeres más valiosas, Doña Margot Arce Blanco. Aquí fue maestro escultor, formador de las primeras generaciones de escultores puertorriqueños que se educaron en la Universidad de Puerto Rico y en el Instituto de Cultura Puertorriqueña, y creador de una inmensa colonia de pingüinos irónicos y humoristas, críticos de las formas en las que el ser humano se animaliza y "emboba". Al final de sus días, el escultor reconocía como sus mayores logros estas tres hazañas: familia, discipulado, obra. Tal vez por modestia, o por tener conciencia de no ser el único hombre en haber sufrido y superado penurias, no añadió al recuento de sus proezas su valor quijotesco o el lujo de conservar y refinar hasta la sutileza, en la vida y en la obra, su humor juguetón y 
tierno, cruelmente compasivo. 

Una de las hijas del matrimonio, la Dra. Carmen Vázquez Arce, quien, al igual que su progenitora, dirigió el Departamento de Estudios Hispánicos del Recinto de Río Piedras (Universidad de Puerto Rico), ha investigado y documentado por los últimos diez años la jornada vital y artística del escultor gallego, empeñando en su esfuerzo no solamente tiempo y energía, sino una buena parte de sus bienes. Al así hacerlo, ha recuperado, para la memoria del arte puertorriqueño y español, y para su propia memoria, una historia de amor y creación, y ha sumado a su empresa su propia reflexión acerca del sentido del arte de "Compostela". 

Ésta es la investigación que edito en la Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Y digo que es historia de amor, porque además de narrar las peripecias del protagonista por hacerse escultor contra toda adversidad, da cuenta, también, de las luchas muy concretas y puntuales que la pareja Vázquez-Arce hubo de librar ante las autoridades universitarias, policíacas y migratorias para poder tener "una vida" en nuestro país. Aunque el libro no se centra en la relación de los esposos, sino en la figura y las hazañas del escultor (su pingüinada artística y existencial en España, Francia, la República Dominicana y Puerto Rico), la narración de la hija deja ver, con una sobriedad no exenta de ternura y admiración infinitas, cuánto debieron apoyarse mutuamente sus padres para poder ser quienes fueron en la cultura de nuestro país. Si los datos sobre la vida y las ocurrencias de Compostela no tienen desperdicio, tampoco lo tiene la discreta pero honda huella marcada por la "mujer fuerte" (me parece oír los adjetivos que don José Ferrer Canales le atribuía a doña Margot: "la apostólica, la benemérita...") que, siendo intelectual de primera fila, y sin dejar de serlo, supo, además, ser compañera del artista y madre de una prole honorable y culta. Juntos, formaron un binomio que, si bien en nuestros días no nos parecería del todo raro, a mediados del siglo veinte era bastante peculiar: la mujer intelectual en la academia, el marido artista en la casa-taller con los niños; teniendo este arreglo familiar en cuenta, se entiende bien que, para el artista, sus logros se resuman en los que ya mencionamos: familia-discipulado-obra. De algún modo, o de muchos, el hombre-pingüino fue escultor de sus hijos, y la esposa, al confiárselos, reconoció en el hombre su capacidad para la ternura. ¿Cómo vivieron esta "rareza" los niños? No lo sabemos, pero  nos resulta obvio que gracias a la generosidad de ambos, que supieron cómo no anularse mutuamente, Puerto Rico pudo tener a dos grandes maestros.

Aunque de amor no se vive ni con él se hacen, necesariamente, libros, puedo decir que publicar el libro Compostela, escultor, de Carmen Vázquez Arce, es un asunto de amor. Me siento mucho más feliz y viva cuando edito un texto como éste, por lo bien cuidado que está en materia investigativa y discursiva, por la calidad de sus materiales fotográficos, y como ya sugerí, por el acercamiento que nos permite hacer a dos figuras ejemplares de nuestra historia reciente, un hombre y una mujer que, en sus respectivas disciplinas, fueron grandes, y que, como pareja, fueron valientes y generosos. Cuando un libro llega a las librerías, nadie sabe su historia, su tras escena, que se diría en el teatro. Esa información es privilegio de los editores, esos seres oscuros y solitarios que pasan largas horas, meses, en diálogo silencioso con  un texto antes de que se publique, y casi nunca acuden a su presentación como libro. Tal vez, la historia de una edición es la parte más humana de nuestro trabajo, lo que nos conecta o desconecta de la realidad a la que un texto quiere aludir, de los fantasmas que quiere convocar.
Compostela, escultor,  se me encomendó en un momento crucial para la institución donde trabajo desde 1993, la EDUPR.  Perdía, en aquel momento, a más de la mitad de mis colegas. Al poco tiempo, se declaró muerta a la Editorial en la Prensa, aunque le quedan signos vitales. Estos signos vitales, somos los profesionales del libro que  seguimos aquí, trabajando oscura, silenciosamente, como siempre. Esta editora, como ya indiqué, edita a Compostela,  con todo el rigor que requiere la obra...y por qué temer al clisé...con todo el amor del que es capaz. 

Esta es mi tras escena: edito un libro excelente en uno de los peores momentos de la Editorial. Y esta es la información de privilegio que comparto, no sin algo de pudor. Si Compostela sobrevivió a la zozobra del exilio, doña Margot al discrimen por género y a la persecución política, y Carmen Vázquez, con su oficio de investigadora y con su devoción filial, le ganó la partida a la desmemoria, por ellos siento vivo este trabajo oscuro y silencioso.   Ellos, sin saberlo, me alientan y acompañan tal como se alentaron y acompañaron mutuamente. Edito la historia y el catálogo de un escultor que instaló, en el trópico, una imposible colonia de pingüinos. Estamos en invierno, las semillas, escondidas bajo la nieve, no están muertas, trabajan para una primavera.  Ya será poco que instale, en mi oficio, la alegría.

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