26/2/11

Un capricho de la memoria

Mientras se duerme, quién sabe por qué, la memoria destapa caprichosamente algún recuerdo. Hoy he despertado reviviendo aquella tarde en la que mi tía Minerva, cercana ya su muerte, me pidió que la llevara a ver el mar. Yo me coloqué a su lado, de pie; no puedo recordar si ella también estaba de pie o sentada en su sillón de ruedas, y este olvido sí que se me antoja caprichoso, extraño. Sólo conservo en mi memoria la solemnidad de su gesto, de su silencio, la hondura de su mirada que no puedo definir como interrogadora por temor a añadirle una interpretación que puede ser errónea. ¿Qué miraba mi tía cuando miraba el mar, qué sentía, en qué pensaba? ¿Se despedía? ¿Oraba? ¿O simplemente se entregaba a la sensación, al disfrute del roce y de los olores del viento marino, a la contemplación de la luz vespertina que en San Juan puede hacer del océano una llama móvil y dorada lo mismo que un llanto con fijeza de metal plomizo? Yo solamente permanecía a su lado, callada. Ella estaba sola. Cuando me dijo -ya-, supe que Minerva daba por concluido algo más que aquella inusitada visita. De aquel día, conservo viva la imagen de una figura femenina pequeña, casi exigua, erguida con gallardía  frente a la apabullante grandeza y vitalidad del Atlántico, y la recuerdo sola, como si hubiera sido yo una transeúnte que pasara por allí y hubiera captado su foto desde lejos, con el mar como fondo. No hubo foto, por supuesto, esta es una manipulación voluntaria del recuedo.
                   Dentro de dos años cumpliré la edad que tenía mi tía cuando murió, y los acontecimientos más importantes de mi vida, los que ella hubiera celebrado, han ocurrido desde entonces.  ¿Será por eso?

No hay comentarios:

Publicar un comentario